Aprendizaje...
De niña gustaba de historias de magos y hechizos, bosques tenebrosos y caballeros medievales.
De jovencita, a estas historias les sumé relatos de samurais y de maestros ermitaños. No menos buenas me parecían las de monjes que, en un templo de montaña y muy alejados, tomaban algún discípulo que llegara a ellos luego de haber pasado por muchísimas pruebas y privaciones. Ya no soy jovencita, pero sigo creyendo en estas cosas aunque ahora, más madura, se que a un maestro se lo puede encontrar, tal vez en una heladería. También aprendí, que una enseñanza puede durar un minuto, constar de tres palabras, gozar de una cálida mirada... y así y todo perdurar toda la vida.
Siempre fui consciente mi mis carencias. Las visibles y las internas. Las físicas se arreglaron con entrenamiento físico... las otras, en muchos casos con sufrimiento
Los años también me regalaron el saber de que no siempre una enseñanza va pegada al dolor. Puede pasar que, si uno la detecta y acepta, se aprenda con una pequeña dieta inocua.
Y me sometí a lo que creí que era la mejor.
Para eso, crucé medio país. Dejé mi casa. Hice circular mis posesiones y me vine a otro lugar.
Él era afable y atento, pero él tenía una autoridad que pocos se animaban a trasgredir. Él con mas carga, lograba mantener un equilibrio que yo, con menos, no podía sostener. Y me aceptó en su casa. Y les enseñó a sus hijos a quererme (o por lo menos aceptarme) cosa que se que no era fácil. Y de golpe, me vi inmersa en una dinámica familiar elegida, pero que no era propia. Fui aceptada en esa escuela de la vida donde mi vida me llevó, y allí me quede.... yo sabía que era eso de lo que carecía
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