jueves, 1 de septiembre de 2016

El caos del espejo

Nos vimos y en ese momento no fue mucho lo que pasó. Quizás por el compromiso de cumplir la palabra... quizás curiosidad; el caso es que nos sentamos mesa por medio, sendos cafés en nuestras tazas. Al principio lo escuché casi distante... nuestra conversación previa desde un chat distaba mucho de parecerse a ésta. El hombre de humor ágil y ácido de aquel momento no era el mismo. Pasó más de la primera hora de aquella cita, hablando de su último fracaso amoroso. Cuando casi agotó el tema; se relajó en la silla de la confitería, se puso de costado y me ofreció otro café. Su compañía era agradable y accedí. Él se acomodó mejor manteniendo la postura de perfil. Ahí fue que lo observé con más atención... fue allí que lo vi: la sensación de reencuentro que me invadió fue total. 
Después de terminado el café salimos a caminar. La energía de nuestros cuerpos caminando a la par era inmensamente afín y no deseaba que el paseo terminara. En esas sensaciones estaba cuando me tomó la mano... y así seguimos durante días; nos fue imposible despegarnos. Nos rendimos a lo imposible entonces. 
La cresta de la ola se convirtió en bajamar con el tiempo. Decisiones tomadas desde la profunda emoción de verse en el espejo, pero este acto puede pasar de plácido a tormentoso en una palabra.
Convivíamos y era caótico. Del espejismo de la armonía nada quedaba. Él invadía mis espacios. Llenaba mis silencios de reclamos y su ego se enervaba furioso al más mínimo comentario… todos ellos tomados tendenciosamente para convertirlos en crítica. Y no pude resistir más: Fui a la terminal de micros. Ya con el pasaje en mi poder volví y empecé a embalar mis cosas: me regresaba a mi terruño. En ocho meses de estar en la ciudad había amontonado muchos bultos (aparatos y artículos necesarios para el confort) y hoy era penoso el traslado de ellos.
Aun no terminaba de embalar cuando regresó. El no tenía horarios y era azaroso adivinar sus ausencias para mi escape. Pasadas todas las instancias (reclamos, ira, llanto y depresión) él al ver que yo seguía embalando los petates me empezó a ayudar. Quedé atónita: él con lágrimas en los ojos me ayudaba. Así y todo, al terminar  salí a buscar un transporte. Ya era casi cuenta regresiva y volví a la casa para terminar detalles… los llamaría desde allí.

Pero, y siempre hay un pero, me miró… lo abracé. Y llorando no me pude despegar. Pasaron horas, el micro se fue sin mí y al otro día acomodaba nuevamente mis cosas en los estantes…

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