El caos del espejo
Nos vimos y en ese momento no fue mucho lo que pasó. Quizás por el
compromiso de cumplir la palabra... quizás curiosidad; el caso es que nos
sentamos mesa por medio, sendos cafés en nuestras tazas. Al principio lo
escuché casi distante... nuestra conversación previa desde un chat distaba
mucho de parecerse a ésta. El hombre de humor ágil y ácido de aquel momento no
era el mismo. Pasó más de la primera hora de aquella cita, hablando de su
último fracaso amoroso. Cuando casi agotó el tema; se relajó en la silla de la
confitería, se puso de costado y me ofreció otro café. Su compañía era
agradable y accedí. Él se acomodó mejor manteniendo la postura de perfil. Ahí
fue que lo observé con más atención... fue allí que lo vi: la sensación de
reencuentro que me invadió fue total.
Después de terminado el café salimos a caminar. La energía de
nuestros cuerpos caminando a la par era inmensamente afín y no deseaba que el
paseo terminara. En esas sensaciones estaba cuando me tomó la mano... y así
seguimos durante días; nos fue imposible despegarnos. Nos rendimos a lo
imposible entonces.
La cresta de la ola se convirtió en bajamar con el tiempo.
Decisiones tomadas desde la profunda emoción de verse en el espejo, pero este
acto puede pasar de plácido a tormentoso en una palabra.
Convivíamos y era caótico. Del espejismo de la armonía nada
quedaba. Él invadía mis espacios. Llenaba mis silencios de reclamos y su ego se
enervaba furioso al más mínimo comentario… todos ellos tomados tendenciosamente
para convertirlos en crítica. Y no pude resistir más: Fui a la terminal de
micros. Ya con el pasaje en mi poder volví y empecé a embalar mis cosas: me
regresaba a mi terruño. En ocho meses de estar en la ciudad había amontonado
muchos bultos (aparatos y artículos necesarios para el confort) y hoy era
penoso el traslado de ellos.
Aun no terminaba de embalar cuando regresó. El no tenía horarios y
era azaroso adivinar sus ausencias para mi escape. Pasadas todas las instancias
(reclamos, ira, llanto y depresión) él al ver que yo seguía embalando los
petates me empezó a ayudar. Quedé atónita: él con lágrimas en los ojos me
ayudaba. Así y todo, al terminar salí a
buscar un transporte. Ya era casi cuenta regresiva y volví a la casa para
terminar detalles… los llamaría desde allí.
Pero, y siempre hay un pero, me miró… lo abracé. Y llorando no me
pude despegar. Pasaron horas, el micro se fue sin mí y al otro día acomodaba
nuevamente mis cosas en los estantes…
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